Una antigua leyenda cuenta que remotos habitantes, huyendo del diluvio que anegó la tierra, se refugiaron en las cumbres del volcán Pichincha y solo volvieron a bajar cuando un quitu, paloma torcaz en kichwa, con un retoño en el pico, les avisó que la inundación ya había pasado. Un graffiti gracioso dice, sin embargo, que Quito viene del verbo “quitar” y otro declara que se escribe con K por la dificultad de sus habitantes para salir de sus “kasas”. Quito imaginado, afirma, por el contrario, que viene de sumar varias virtudes: ser la mitad del mundo, ser la ciudad del cielo despejado y azul, y la dueña de las noches estrelladas o de las cuatro estaciones en un mismo día.

Una periodista, un arquitecto, un antropólogo y un fotógrafo se unieron en esta aventura urbana del siglo XXI para descubrir al Quito de sus habitantes, desde sus construcciones coloniales y modernas, sus calles, algunas peligrosas como la 24 de mayo, sus barrios eróticos y juveniles como La Mariscal o su centro histórico lleno de día y desocupado de noche. Es la ciudad del “chulla quiteño”, de La Dolorosa, del colegio San Gabriel que lloró a vista y paciencia de sus devotos o, claro, el Quito del pasillo y la melancolía andina que se niega a aceptar como suyo la salsa, el vallenato o el rock.

Estudio revelador que echó mano de un precioso e intenso material para comprender por qué una indígena de Cotopaxi puede, por prestigio, vestirse de otavaleña o un blanco de clase alta, autocalificarse de mestizo para acceder a un imaginario contemporáneo donde todos idealmente seríamos iguales. Ese es el Quito contradictorio y vibrante que en este libro está expuesto.